Génesis

La tierra con una antigüedad de unos 4.550 años como planeta del sistema solar, fue habitada unos 1.500 años después, siendo siempre fuente de vida y acogida para el hombre, al que dio toda su riqueza, trabajo, posibilidades de desarrollarse, de alimentarse, defenderse, reproducirse y además compartir con él la propiedad.

En los momentos previos al comienzo de los trabajos de constitución de la “COOPERATIVA SANTÍSIMO CRISTO DEL AMPARO”, ya se habían producido importantes acontecimientos en el mundo de la agricultura tanto en el extranjero como en nuestro país, que no podían pasar desapercibidos para quienes se dedicaban a trabajar la tierra, como era la llegada de la mecanización del campo.

El tractor aparece como la herramienta reina más revolucionaría y extendida en todas partes para labrar la tierra y cambiar las condiciones de vida de los trabajadores de la misma.

Según los datos históricos que se conocen, fue en 1882 cuando en el Condado de Clayton (Iowa), se construye el primer tractor utilizando el vapor como fuente de energía, hasta que en el año de 1902 comienzan a fabricarse en serie con motores de explosión y distintas rodaduras.

En cuanto a trilladoras, el primer prototipo conocido fue diseñado por ingenieros ingleses que inicialmente también funcionaban con vapor.

 

En España la primera trilladora que se fabrica es en 1884 en el taller de José Duarte de Sevilla, también con funcionamiento a vapor, si bien los altos costes para su fabricación en serie hace que el mercado español pase a depender del mercado inglés, hasta los primeros años del siglo XX.

La investigación en la mecanización agrícola del campo es continua y en 1955, con una economía en expansión, aparecen las primeras cosechadoras con arrastre propio, siendo también muy importante, el gran número que existía de trilladoras fijas con funcionamiento eléctrico, segadoras con arrastradas por mulas y una gran flota de tractores de diversas marcas.

A pesar de los escasos medios de comunicación que existían en aquellos tiempos, todos estos avances técnicos se iban conociendo de una u otra forma, —como una mancha de aceite—, y no podían pasar desapercibidos a quienes se dedicaban a trabajar la tierra en Saelices, sin sentir una fuerza interna que les impulsaba a tener que hacer algo.

 

Eran muchos los esfuerzos y trabajos a realizar a lo largo de cada año para recoger sus cosechas, pues la precariedad de los medios con los que contaban, hacían verdaderamente penosas las tareas de campo.

Había que labrar la tierra caminando sobre sus piedras y terrones (con unos buenos leguis y albarcas bien atadas para proteger los pies y tobillos) detrás de las yuntas de mulas sujetándolas con riendas.

Había que sembrar tirando el grano con la mano por toda la tierra, extendiendo el estiércol y las basuras con horcas u horquillos y finalmente se tenía que segar a mano los trigos o cebadas, así como arrancar las leguminosas (garbanzos, lentejas, yerros, etc.) y las cañas de pipas blancas.

Todo esto también requería el estar mentalmente preparados, tener fuerzas físicas y contar también con tracción animal, tanto a la hora de voltear las tierras con arados y vertederas, como a la hora de transportar lo cosechado con carros o galeras a las eras, para su trillado y posterior transporte del grano a los almacenes y también de la paja para usar tanto como combustible a la hora de cocinar, como dar calor a las casas o alimentar a los animales.

Sin duda y como así reza desde los tratados antiguos de agricultura, el protagonista fundamental para trabajar el campo era el hombre ayudado por la mujer, siendo su primer paso a dar, en lo que se refería al cultivo de cereales en tierras de secano, la preparación de las tierras para su futura sementera.

Todas las virtudes y tareas encomendadas al labrador quedaban recogidas en el propio refranero popular de la época, como enciclopedia de la sabiduría y de los que recogemos algunos:

“Haz buen barbecho y verás a ojo provecho”

“Más vale escardar que barbechar”

“Que del barbecho la maleza desaparezca con presteza”

“Dos fanegas bien labradas son más que veinte arañadas”

“Nieto que labra donde aró su abuelo, tiene en esta tierra casi el cielo”

“No está el suelo bien labrado sin quedar desmenuzado”

“Aunque deje de trillar, si llueve vete a arar”

“Ara bien y con afán y cogerás mucho pan”

“El labrador con su mano sustenta al género humano”

“Más vale ser buen labrador que un buen estudiantón”

“Labrador que mira mucho al cielo, póngase de duelo”

“Labrador con levita, quita, quita.”

A poco que tengamos en cuenta estos refranes comprobaremos que son de aplicación en la actualidad por la sabiduría que encierran, pero claro, el labrador también necesita buenas herramientas y ayudas para hacer su labor.

Contaba, en la mayoría de veces con la gran ayuda de su mujer, con la que había unido su destino considerando no sólo sus encantos y belleza sino también las tierras que pudiera tener, como también trabajarían los hijos que tuvieran de tal unión, pero necesita contar con algo más, algo que viniera a aumentar las fuerzas físicas necesarias que en principio vinieron a ser los bueyes, asnos y caballos, hasta que apareció sobre la tierra la reina del trabajo en el campo, la mula.

Su aparición tuvo lugar mediante la intervención humana al cruzar un burro con una yegua, dado que las mulas no podían reproducirse al ser un animal híbrido estéril.

No era un animal con exuberante belleza, tampoco era fácil de domesticar, pero si tenaz y fuerte en el trabajo, debiendo de tenerse a su vez mucho cuidado cuando se pasaba por detrás de alguna de ellas para no recibir una coz.

De aquí las frases tan populares oídas a lo largo de su historia, “Eres tan terco como una mula” o “Eres más falsa o falso que una mula”.

 

La vida de una mula, que representaba una fuerte inversión para el agricultor a la hora de comprarla, oscilaba entre 17 a 18 años y, en torno a ella, se celebraban ferias anuales en la localidades agrícolas más representativas de la comarca para su compraventa, por ejemplo en Tarancón, Horcajo de Santiago, Villamayor de Santiago, siendo una profesión muy extendida y deseada en aquellos tiempos la de tratante de mulas.

También se comerciaba con caballos, yeguas y burros.

Según los antecedentes históricos consultados, la popularización de las mulas para los trabajos agrícolas dio comienzo en los Estados Unidos, con ocasión del regalo de un burro semental que el Rey de España Carlos III hace a George Washington, allá por 1875, gran agricultor antes de ser Presidente, que llega a cruzar el burro regalado con yeguas americanas, dando lugar a la aparición de la mula, dotada de una gran fuerza tanto para tiro de arado como para tiro de transporte.

A poco que veamos películas americanas del oeste, veremos muchas mulas corriendo con carga junto a los caballos y también las veremos en películas de guerra de épocas pasadas.

El orgullo del agricultor en los años 1940/1960, venía determinado por el número de pares de mulas que tuviera para su casa de labor, qué día tras día, como algunos todavía recordamos, recorrían las calles del pueblo con su característico sonar de cascos y herramientas de arrastre, para emprender la jornada de trabajo de sol a sol.

 

Ello obligaba a que el labrador llevase su talega con la comida preparada por su mujer o bien, los más hábiles o solteros, se guisasen en el campo solos o con otro u otros que estuvieran labrando en las proximidades.

Al ser las mulas de un valor tan importante para el buen desarrollo de la agricultura, el labrador tenía que tener siempre un cuidado especial con las mismas, tanto de día cómo de noche a la hora de alimentarlas y protegerlas de su posible robo —acciones muy practicadas en aquellos tiempos por la delincuencia— y en especial cuidar de su herraje,— su calzado—, para que no se lesionasen o cogiesen enfermedades en sus cascos, como el hormiguillo, pues una mula coja no servía para nada.

Tal era la preocupación que se tenían en todas las casas con agricultura, que en construcciones anejas existían las llamadas “cuadras” para alojar a las mulas, caballos, yeguas y burros, encargándose uno de los trabajadores o mozos de dormir en un camastro junto a ellas, pues en el transcurso de la noche una o dos veces tenían que levantarse para alimentar a los animales.

Las mulas dormían poco, solían hacerlo de pie, siempre estaban dispuestas a comer y tenían que reponer fuerzas para afrontar un nuevo día de trabajo.

También se debía tener un cuidado especial con su alimentación, tanto al momento de darles las dosis de pienso correctas, como a la hora de dejarlas beber agua.

La mula solía beber de 20 a 30 litros de agua diariamente, pero, ¡atención!…

debidamente espaciados, pues de no ser así, era frecuente que les diesen cólicos que en ocasiones hasta les causaba la muerte.

En el pueblo la presencia del veterinario era imprescindible para atender cólicos y cojeras, y sus actuaciones solían ser tanto diurnas como nocturnas, es decir, tenían que estar las veinticuatro horas del día a disposición del labrador.

Como síntesis de todo esto y dada la importancia que en aquellos tiempos tenía labrar los campos de Saelices, no sólo es de destacar la faena de los animales para la realización de los trabajos, como hemos dicho, sino también la importancia aun mayor que tenían los hombres encargados de cuidarlas y trabajar con ellas.

Trabajar en el campo suponía tener un espíritu de sacrificio inquebrantable, no tener pereza para madrugar y verdaderas ganas y amor al trabajo que hacían.

Bien es verdad que en aquellos tiempos era casi la única fuente de vida que existía para muchos, frente a la de ser jornalero, pero también es verdad que esos sacrificios tenían su recompensación, ya que les permitían crear y mantener una familia que en aquellos tiempos solía ser más bien larga, de cuatro a seis hijos.

No faltaban las sonrisas, no faltaban las alegrías, no faltaban los tiempos de fiesta y no faltaban los esfuerzos por ser el mejor labrador del pueblo.

Una gran mayoría de trabajadores trataban de demostrarlo participando en los concursos de arado que se celebraban, que consistían en demostrar quien hacía la besana o surco más largo y más recto, no como ahora con los tractores que ha quitado merito a tal labor por lo fácil que resulta el hacerla, máxime si llevan acoplados mecanismos para marcar los límites y líneas de las parcelas.