Luces y sombras del recuerdo

Asumir hechos reales en nuestra vida es algo consustancial con el  propio ser humano, como por ejemplo si llueve, cuanto llueve, como llueve, cuando hiela, si cae piedra, como nacen las siembras, el acierto en la elección de la semilla, los tiempos de espera de maduración de las espigas, etc., todo ello no exento de preocupación y pensando que de las nubes más oscuras también cae una lluvia limpia y generosa. Recordar siempre es bueno porque es volver a vivir… con los sueños del pasado.

Todos los que nacimos en los pueblos de la zona hemos oído hablar de los famosos “vientos solanos”, los que nos llegaban desde el Levante y del papel fundamental que tenían y siguen teniendo para la agricultura de Saelices.

Y decimos siguen teniendo, porque de su intensidad, fuerza y el calor que arrastran durante horas diurnas desde mediados de mayo hasta finales de junio, dependen la suerte final de nuestros trigos, cebadas y resto de siembras, dado que pueden acelerar lo que llamamos el “proceso de grana” y el tener al final unas cosechas buenas, malas o regulares.

En épocas anteriores, estos aires solanos eran también de absoluta necesidad para llevar a cabo aventar la mies en las eras una vez trillada, para lo cual se tenía que madrugar mucho y con palas tirarla al aire para separar el grano de la paja.

Otro de los hechos que nos vienen a traer los recuerdos de sueños agrícolas, son las luces encendidas para el campo por la COMUNIDAD ECONÓMICA EUROPEA a partir de 1992.

Ahora bien, si las ayudas iniciales trazadas para lograr una agricultura sostenida fueron aceptables, bien pronto aparecieron sombras sobre las mismas en sus diseños quinquenales escritos con renglones torcidos en caída constante y ser causa, en alguna medida, del paulatino abandono del campo por no dar para poder vivir de él.

Seguir sosteniéndose sobre una política agraria enraizada sobre bases flotantes, —como si se tratara de cultivos de nenúfares—, como así tratan de mostrar los sabios de Bruselas en sus parlamentos, comisiones y demás estamentos, vienen a cambiar a peor la vida del campo en todos sus aspectos, sin que por el contrario les afecte para nada a ellos en su confortable y cómoda forma de ganársela ellos.

Los sistemas de reparto de las ayudas marcadas por la Política Agraria Común (PAC), no pueden estar navegando en un continuo oleaje hacia la baja, como así ha sido en el caso de las ayudas agroambientales, establecidas para preservar la naturaleza y después quitarlas.

¿A caso es que ha cambiado la naturaleza y ya se vale por si misma? O bien obligando a los agricultores a dejar unos porcentajes de tierras sin labrar, en barbecho, para después cambiar el sistema sin conocer los motivos.

O bien estableciendo penalizaciones del 3% a producciones que estén por encima de los porcentajes asignados, sin analizar ni considerar quienes en concreto las sobrepasaban.

O reduciendo continuamente las ayudas, un 7% en el año 2009, un 9% en el año 2011 y un 10 % en el año 2012 y, “otra guinda más sacada de la manga”, reducir ayudas directas —modulación— a las explotaciones con mayor tamaño en un 5% a partir de 2007.

¡Bonita verbena … como para divertirnos todos! Creemos que cuando hay tantos intereses de por medio entre unos países y otros de la Unión Europea, sobre todo los pertenecientes al sector industrial y los pertenecientes al sector agrícola, que además condicionan la forma de vida de tantas personas, las reglas de juego siempre han de ser claras, lógicas, naturales, inteligibles e inclusive escuchando en alguna medida la voz de los afectados y por supuesto con el consiguiente “animus damnivitandi”: voluntad de evitar un daño, un perjuicio, abusos o aprovechamientos indebidos.

¿A que ética responde que cuando se estaba primando el esfuerzo y el estímulo a la producción, como así era a comienzos del 2005, y las ayudas compensatorias se pagaban según rendimientos establecidos para cada comarca, de pronto se cambie el sistema y se comienzan a pagar según superficies cultivadas? El nuevo sistema consiste en asignar unos derechos, —cuando la palabra correcta debería haber seguido siendo compensaciones—, o euros fijos por hectárea, —los actualmente conocidos por Derechos de la PAC—, a quienes durante los tres años anteriores, 2001, 2002 y 2003, habían recibido las ayudas compensatorias.

Estos derechos se establecieron con carácter intocable, irrevocable y sagrado, sin tener en cuenta para nada la condición jurídica del tenedor de la tierra, si era propietario, era arrendatario o “si era uno que pasaba por allí“, y lo que era más significativo.

¡Deja de importar lo que la tierra produzca o deje de producir! ¡Se da paso aun nuevo cultivo… el de la broza! Esto da pie al nacimiento de un torbellino de actuaciones poco ortodoxas, como así se pone de manifiesto en los casos de aquellos agricultores que, quizás, por circunstancias más o menos obligadas, como por ejemplo tener que renovar un tractor y no disponer de recursos, se limitan a tirar unos granos en tierras sin labrar ni abonar, para reducir su cuenta de gastos, dado que la cantidad en euros que van a recibir por hectárea será la misma que pueda recibir el agricultor que mejor haya trabajado la tierra.

¡Fuera el estímulo al trabajo y al afán de superación¡ Otra actuación curiosa a señalar es la de pagar ayudas a tierras sin cultivar durante cuatro años, sin que ni siquiera tengan la condición de barbecho y estén convertidas en un erial lleno de maleza.

¡No importa no producir más,… somos ricos! Otra singularidad más a reseñar es, cuando un arrendatario ha finalizado su contrato e inclusive se ha jubilado, pueda ejercer la retención de los derechos de la PAC y, lo que aún es peor, los ponga en venta a pesar de haberlos recibido gratuitamente, impidiendo con ello que la hectárea a que corresponden pueda ser vendida o ser explotada por otro.

¡Cómo tipificar esta figura… jurídica… ! Entender todo esto como “sabias decisiones bruselianas” es difícil cuando desbordan la lógica natural, como sería que los llamados Derechos de la PAC fueran inherentes a la tierra, para sumar a los rendimientos que la misma produce por haberse instituidos para tal fin, con independencia si las labra el dueño, un tercero o un cuarto, máxime cuando la tierra en estos momentos si no cuenta con ellos, no se puede ser explotada ni producir riqueza.

Siempre las tierras deberían llevar colgados como unos collares sus derechos o compensaciones para hacer rentable su explotación y para evitar cualquier tipo de anomalía, abuso o aprovechamiento injusto.

Es incomprensible que estos hechos expuestos no hayan llegado a oídos de los Sres. de la Unión Europea y no hayan realizado hasta el momento las oportunas correcciones a los formatos inicialmente establecidos.

¿Puede todo ello responder a razones que no nos dicen o más bien a improvisación y desconocimiento de las realidades agrarias en las que vivimos? ¿A caso se pretende que el campo poco a poco se vaya abandonando y nos están diciendo lo contrario? Bueno, esto al fin y al cabo es… el arte del político.

Hoy, Sres. de la UE que disponen del 80% de las materias a legislar, el gran esfuerzo a hacer es conseguir que el campo sea cada más rentable para poder invitar, con argumentos más sólidos, el volver a vivir junto a la naturaleza, trabajar en ella libre de todo tipo de contaminación, y poder ayudar con ello a toda la humanidad, como por ejemplo corrigiendo el hambre existente en el tercer mundo, máxime cuando las tierras no crecen, pero si la población mundial que va camino de los 7.700 millones de habitantes y una parte de ella se alimenta de harina de insectos para matar el hambre.

Y cómo hacer, pues por ejemplo, facilitando que en ese sector primario en que nos encontramos, pueda darse algún valor añadido a sus productos.

O bien creando una política de implantación de cultivos alternativos de mayor productividad y que mejor se adapten a las exigencias más extremas de los cambios climáticos, para aliviar… ¡nuestra hipoteca del tiempo¡… que además según se nos viene anunciando va ir a peor por el calentamiento de la Tierra.

O bien, desarrollando un plan de búsqueda de bolsas de agua en el subsuelo o localización de niveles freáticos, para corregir en alguna medida los efectos perversos de los terrenos de secano.

Y qué decir del turismo rural como posible opción para la mejora en alguna medida de la vida del campo y desarrollo de los pueblos.

Ya veríamos todos como consiguiendo que el campo tuviese un mayor número de días al año con dominante color verde y revestidos de alfombras bien doradas de trigo y cebada, muchos pueblos volverán a recuperar su vitalidad.

¡Y qué comentarios a realizar en cuanto a las sombras que orbitan sobre las políticas de mercado.

Si hablamos de esto, vemos como continuamente los productos del campo siguen cotizándose a precios estancados en el tiempo, es decir, a “precios decimonónicos”, cuando por el contrario, todos los productos y medios de equipo que el agricultor precisa —abonos, maquinaria, sanitarios y demás —, no paran de subir sin control alguno por eso del mercado libre y a lo mejor, en algún caso, sus productores o fabricantes presuntamente han podido recibir ayudas oficiales para su provecho propio.

Comentario especial merece la Globalización de mercados, pues en ellos impera lo que pudiéramos decir la razón del imperio y no el impero de la razón.

¿Qué autoridades controlan los abusos de competencia que se producen en los mercados agrícolas? ¿Cómo es posible que exista una constante uniformidad en mercados de oferta de precios de compra de productos agrícola? Y por último: ¿Qué papel juegan en todo estos casos los sindicatos agrarios y las famosas Lonjas de Cereales? Es evidente que la Globalización, les otorga a los hombres con “bombín y chistera”, la llave para que todo siga igual desde la universalidad de los tiempos —el pez grande siempre se ha comido al pez chico—, o buscando un símil más de la tierra, es como si estuviéramos en campeonatos de lucha libre, pero sin tener en cuenta ni el peso, ni la edad, ni la estatura de los contrincantes, seguro que de antemano los resultados estarían cantados salvo que hubiera amaños por medio.

¿Llegará algún momento que veamos intervenir a la Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia (CNMC) como organismo macro regulador multisectorial, para supervisar, controlar y resolver sobre estos conflictos y abusos de mercado? ¿Qué papel juegan, si es que les corresponde legalmente, ante las Lonjas de Cereales para corregir actuaciones más o menos uniformadas en la publicación de sus tablas de precios de cotizaciones, para que exista una competencia efectiva y real entre compradores y vendedores? ¡Y qué decir del manejo de las importaciones de choque de cereales, soja o el maíz! ¿Depende en alguna medida de la citada Comisión? Bueno, todas estas preguntas que quedan escritas hemos de considerarlas como meras quimeras y seguirán siendo como… ¡Un sueño interminable!